El arte y la verdad


El ser vive en una constante búsqueda por la verdad. Lo sé, lo sé, esta idea está trillada desde hace mucho tiempo. No obstante, gracias a esta búsqueda es que existen las religiones, por esta búsqueda muchos sucumben a las nuevas tendencias espirituales que surgen y se esfuman como las nubes, y por ella es que apuntamos telescopios al cielo, pues quizás en las estrellas esté la respuesta. Y es que, aunque no lo aceptemos, aunque seamos existencialistas sin saberlo y hayamos encontrado el sentido de la vida en el dinero y en las aventuras que emprendemos, cada uno de nosotros quiere conocer la verdad. Todos tenemos esos domingos en que nos cuestionamos para qué estamos aquí, para qué trabajo, para qué me preocupo si todos tendremos el mismo destino.
Por suerte, y sin saberlo, hemos construido un mundo que nos protege de esta pregunta. ¿Y en qué consiste este mundo? Pues además de horarios laborales, libros de estudio y relaciones sociales, los humanos hemos encontrado que en el arte hay un alivio y un escudo. ¿Qué sería de la vida sin arte? Recurro a El club de los poetas muertos, una gran película de Robin Williams, para apoyarme en esta cuestión:

“Les contaré un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería, son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor; estas son cosas por las que queremos estar vivos.”

El arte es lo que nos permite visualizar el mundo como algo más que solo la búsqueda de la verdad. Sin el arte no tendríamos nada más que la reproducción y la supervivencia de nuestra especie. El arte es lo que alimenta nuestros sueños, lo que nos inspira y nos permite seguir luchando. Mientras tanto, la verdad siempre existirá, y aunque ninguno de nosotros la conozca, es fija y no podemos hacer nada para cambiarla. El arte en cambio es nuestro, es el gran tesoro de la humanidad, un tesoro que nos preocupamos por cuidar, por mantener, por alimentar, y por enriquecer.
Es cierto que no a todos nos apasiona un poema o la obra de un gran pintor, pero no solo ahí yace el arte. También está en la moda, en la figura de un edificio, o en los pasos que da un caballo. En todo lo que influye la creatividad puede uno encontrarlo. Y todos, en uno u otro modo, creamos nuestro propio arte. ¿Por qué? No solo porque es algo que nos distrae de la verdad, sino también porque el arte le da algún sentido a un universo sin sentido. Un universo en el que dependiendo como se le mire podemos ser solo una estadística, un número que nace y muere.

Somos humanos, le tememos a muchas cosas, entre ellas a la verdad y a la muerte. Pero a la vez estas dos nos atraen; la verdad nos atrae porque somos seres en constante búsqueda, y la muerte quizás por la misma razón. Pues creemos que la muerte traerá claridad, que la muerte por fin nos dirá la verdad.
Pero, aunque más nos atraiga la verdad, la atracción no es suficiente para cortar el hilo que nos conecta con el único mundo que conocemos. Le tememos a la muerte más que a cualquier cosa, puesto que después de ella quedamos sin nombre, sin los frutos de nuestro esfuerzo, sin el calor de quienes nos quieren. El mundo seguirá su camino sin nosotros, y por eso caemos inconscientemente en la cuenta de que debemos trascender, que nuestra vida no puede acabar ahí, que debemos dejar nuestro grano de arena. Y si me preguntan a mí, en el arte se encuentra ese grano.
Trascendemos cuando creamos, cuando imaginamos; eso es lo que nos diferencia de otras especies. Porque además de que buscamos la verdad, también buscamos la belleza. Y quizás eso es el arte; una búsqueda salvaje por la belleza.

El arte nos distrae, nos regala un sentido para la vida, y así sea en papel y tinta, nos inmortaliza.

Los dejo con uno de las muchas estrofas que inmortalizaron al escritor español del Siglo de Oro, Francisco de Quevedo:


Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Articulo versión impresa


Dejar un comentario


Por favor tenga en cuenta que los comentarios deben ser aprobados antes de ser publicados